Hoy comienza oficialmente el verano. Y con él, vuelve un mensaje que se repite con la puntualidad de las estaciones: para tener un verano “perfecto”, necesitas un “cuerpo perfecto”.
Lo hemos escuchado tantas veces y de tantas formas, que cuesta reconocer que es una trampa. Porque ya no llega como antes, en forma de frases directas o publicidades evidentes. Ahora se cuela de manera más sigilosa: en retos virales disfrazados de autocuidado, en fotos retocadas llenas de promesas implícitas, en influencers que nos dicen que el amor propio empieza... una vez bajes unos kilos.
Yo también lo viví. Recuerdo veranos en los que me escondía detrás de una toalla, con la ilusión de que el traje de baño me “favoreciera”. Recuerdo esa vigilancia constante sobre mi cuerpo, esa inseguridad que parecía incompatible con el disfrute, y que en efecto lo es. Me tomó muchos años desaprender esa vergüenza.
Y, sin embargo, la historia se repite. Cambia el lenguaje, cambian las plataformas, pero el mensaje sigue siendo el mismo.
Hoy lo veo con una mezcla de tristeza y alerta. En TikTok, bajo hashtags como #SkinnyTok, se promueven ayunos prolongados, dietas de menos de 900 calorías, rutinas extenuantes. Todo narrado con voces suaves, con música relajante. Como si dejar de comer fuera un acto de cuidado y no un síntoma de alarma.
Lo más preocupante es que esta obsesión por la delgadez ha vuelto maquillada de bienestar. Ahora se vende como “salud”, como “detox”, como “reset”. Se ha convertido en parte de una cultura aspiracional, que habla de equilibrio mientras glorifica la restricción.
Incluso los movimientos que en su momento nos ofrecieron libertad —como el body positive— han sido absorbidos por el marketing. Hoy, vemos a influencers vendiendo suplementos para acelerar el metabolismo, mientras nos dicen que amemos nuestros cuerpos... pero solo después de transformarlos.
Y me pregunto:
¿Hasta cuándo vamos a confundir salud con delgadez?
¿Hasta cuándo vamos a pensar en vivir el verano reduciendo nuestros cuerpos para encajar?
Esto no es un llamado a abandonar el autocuidado. Es una invitación a mirar con más profundidad desde dónde nace esa presión. ¿Es una elección tuya o estás obedeciendo un mandato silencioso que se repite cada junio?
Porque el verano perfecto no se mide en tallas.
Se vive.
Se saborea.
Está en el gozo de una buena comida, en la risa que sueltas sin pensar en cómo se ve tu cuerpo al moverte. Tu cuerpo no necesita ser transformado para merecer el sol.
Este verano, en vez de esconderte, elige mostrarte. Con tu luz. Con tu historia. Con todo lo que eres.
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Te dejo el último episodio por si acaso se te pasó escucharlo.