Olvídate por un rato de las reglas de etiqueta y de “el qué dirán”. ¿No te parece que comer con las manos es una de las experiencias sensoriales más fascinantes? Para mí lo es, y creo que para millones de personas. Y es lógico que sea así.
Después del seno materno o el biberón, comer con las manos es nuestra primera conexión con la comida a través de medios propios: las manos. Siendo unos bebés, metemos mano en tazas y platos o cualquier recipiente que contenga alimentos. ¿Recuerdas a un bebé meter la mano dentro del cuenco lleno de papilla y la madre tratando de dársela con una cucharilla y con la otra mano evitando que embarre la mesita? Todos hemos vivido una escena así.
Y es que esta práctica —común en diversas culturas— no solo es una cuestión ancestral, sino que también enriquece nuestra percepción sensorial y el placer al comer. El contacto directo con los alimentos activa áreas cerebrales relacionadas con el placer e intensifica la percepción de sus características sensoriales, potenciando la experiencia gustativa.
Además, la textura y la temperatura de los alimentos se perciben de manera más precisa cuando se comen con las manos, lo que contribuye a una experiencia más completa y satisfactoria. Esta conexión directa permite una apreciación más profunda de las cualidades intrínsecas de cada ingrediente, enriqueciendo la experiencia gastronómica.
¿O eres de los que come un pollo frito con tenedor y cuchillo? Yo lo como con las manos, no hay fuerza humana que me convenza de lo contrario. Si está muy caliente lo tomo por una esquina con una servilleta, o simplemente espero unos minutos, pero comerlo con las manos tiene otro sabor.
¿Y dónde dejas la pizza? ¿Está caliente? Esperas un rato o toma una servilleta. Créeme, la diferencia es inmensa.
Dos expertos en neurogastronomía, como el profesor Charles Spence de la Universidad de Oxford y Gordon M. Shepherd, profesor de Neurobiología en la Universidad de Yale (fue pionero en acuñar el término neurogastronomía), han explorado cómo los diferentes sentidos interactúan durante la alimentación. Los estudios de Spence indican que factores como el peso, la forma y la textura de los utensilios pueden alterar nuestra percepción del sabor. Por lo tanto, prescindir de ellos y utilizar las manos podría ofrecer una experiencia más auténtica y placentera.
Por otro lado, los estudios de Shepherd destacan cómo el cerebro crea el sabor y cómo factores como el olfato, la vista y el tacto influyen en nuestra percepción gustativa.
Más allá de los estudios y los expertos, nuestra propia vivencia nos indica que es una experiencia única. Cuando nos lanzamos a la práctica de comer con las manos no solo enriquece nuestras sensaciones, sino que también puede tener implicaciones en nuestra saciedad y disfrute de la comida. Al involucrar más sentidos en el acto de comer, es posible que nos sintamos más satisfechos y conectados con lo que consumimos, promoviendo una alimentación más consciente y placentera.
Así que, cuando te encuentres frente a una pizza, pollo frito, arepa, empanada y tantos alimentos que se pueden comer con las manos, hazlo. Deja el qué dirán a un lado y disfruta de tu comida y de tus dedos.
100% de acuerdo, un buen trozo de pan para rebañar en lo que queda de salsa se un buen plato de pasta son placeres que no se comparan con nada…y por favor si a la pizza con las manos
Es mi secreto. Como margariteña de madre arayera me acostumbré desde chica, por ejemplo, al pescado merendado con arepa 'esmigajada' y café negro. Con las manos, obvio. Así que a veces, a solas, recupero ese placer, aunque el menú diste mucho de aquel.